domingo, 9 de mayo de 2010

Samos: camisas azules

Ser fascista en los últimos tiempos de la República, era vivir siempre bajo la amenaza del puñal y de la Star. Sin embargo, en Galicia como en otras muchas regiones de España, no faltaron muchos valientes y decididos que no tenían el menor reparo en confesar sus ideales fascistas, cuando sabían que su confesión había de ser provechosa, y fecundo su sacrificio.

El mes de febrero sobre todo, fue en su primera mitad, testigo de actos verdaderamente heroicos, con que una parte de la juventud española probó cumplidamente, con su amor a España, su amor a la Falange y su generoso desprendimiento de la vida. ¡Había que dar la cara! ¡Era necesario preparar las elecciones y defender las urnas!

Pasó el momento. Un escrutinio del todo falso, caprichoso y desvergonzado, dio el triunfo a las izquierdas y, envalentonadas éstas, sino con la fuerza de la razón, con la razón de la fuerza, salieron de sus lodosos cauces en torrente desbordado, capaz de saltar todos los diques y romper todos los frenos.

¡Era inútil oponerse de momento a su marcha devastadora e impetuosa! ¡Sacrificio estéril, el de la piedrecita que intenta detener en su camino las aguas del ancho canal cuyas compuertas acaban de ser abiertas!

¡Mostrarse fascista en aquellos momentos era, más que un acto de heroísmo... un acto de verdadera locura!

Así, aquellos muchachos que sin antifaz lucharon antes y en las elecciones de febrero, se vieron descubiertos en sus ideologías, y, perseguidos como alimañas peligrosas, tuvieron que buscar refugios ignorados por sus enemigos, y permanecer en ellos hasta el momento en que el sacrificio de su vida pudiese resultar de alguna utilidad a la causa de su patria y al lema de su bandera.

Jesús Suevos, a quien su valor y excepcionales dotes habían de llevar a ocupar un día el más alto puesto dentro de la organización de Falange en Galicia, fue uno de esos muchachos, contra quienes, los esbirros del F. P. habían fulminado sentencia de muerte, y que pudo escapar de ella viviendo a la sombra del Monasterio de Samos, desde el 18 de febrero hasta el día 19 de julio, en que, el clarín de guerra anunciaba a los cuatro vientos que, el salir al campo de batalla, dejaba de ser una temeridad y una locura, para convertirse en acto de valor y patriotismo.

Suevos, acompañado de otro falangista, Armando Durán a quien los sucesos sorprendieran también en Samos, salió a Sarria y a Lugo después, abandonando la placidez de aquellos lugares, testigos acaso de la ofrenda de su vida a su Dios y a su patria, y en los que, los hermanos Chao habían de sostener y propagar el espíritu de Falange que iba él a llevar a otros pueblos.

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Texto procedente de la obra del canónigo de la Catedral de Santiago de Compostela, Revdo. P. D. Manuel Silva Ferreiro, Galicia y el Movimiento Nacional: paginas históricas, 1938.

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