sábado, 7 de agosto de 2010

Lalín: ruptura de hostilidades

El jefe político hacía honor al concepto general de traidor, taimado y cobarde en que todos le tenían. Había dado su palabra de que los obreros no saldrían de sus centros, y los tenía ya bien preparados en los alrededores del pueblo, esperando el momento oportuno de lanzarlos sobre él.

No pudo hacerlo. Alguien enteró a la Guardia Civil, de que, en las robledas próximas, había grupos armados. Redobla ésta la vigilancia; toma toda clase de precauciones y, al amanecer del día 20, marcha a los lugares señalados por la confidencia como ocupados por los revoltosos, encontrándolos ya desiertos; que... ¡si la Guardia civil tenía sus confidentes, también ellos tenían los suyos!

El día 20 se rompen, por decirlo así, las hostilidades.

Hasta entonces, los dirigentes guardaban todavía cierta consideración, nacida acaso del temor, a las fuerzas de la Guardia Civil, pero, desde ahora, se creen ya suficientemente fuertes para actuar por cuenta propia, arrojando la careta de hipocresía con que se habían presentado en los primeros momentos.

En Lalín hay unos 800 hombres que, desbordados, proceden a la incautación de autos, gasolina, requisa de armas a particulares, saqueo de polvorines (de donde se llevaron buena cantidad de dinamita allí almacenada para las obras del Ferrocarril) y amenazas frecuentes a todo el que, atrevido o curioso, asomaba la cabeza por el hueco de alguna puerta o ventana, por ver lo que en la calle pasaba.

Este mismo día, el alcalde, con una escolta de satélites, se presenta en el Cuartel de la Guardia civil, pidiendo se le entregasen las armas de propiedad particular allí depositadas, "para armar -decía- a los elementos del Frente Popular". Se las negaron; y... en vista de ello, las reclamó luego por medio de un oficio, que le fue devuelto con la advertencia de que "estaba equivocado", y el consejo de que "lo mejor que podía hacer era desengañar a los obreros, y decirles que cada cual se fuese a su casa".

Seguidamente, el Sargento, acompañado de un guardia, se trasladó a Teléfonos para enterar a sus jefes de lo que en Lalín estaba ocurriendo. Por cierto que los fusiles de los guardias despertaron el apetito de los revoltosos que, al verles pasar por la calle, decían por las armas que aquellos llevaban: "Esas son as que nos fan falta a nós".

No fueron molestados los guardias a la ida ni cuando volvieron de Teléfonos. Las cosas querían volver otra vez a la vía diplomática, como lo prueba el oficio que un municipal entregó al Sargento a poco de haber regresado éste de comunicar con sus Jefes, y que textualmente transcribimos:

Alcaldía Constitucional de Lalín PONTEVEDRA.- Núm... "Sírvase Vd. a partir de esta fecha, ponerse a las órdenes de esta alcaldía, y en uso de las facultades de la Superioridad, le ordeno se abstenga de salir ninguna fuerza del cuartel así como entregar a esta Alcaldía, debe hacerlo, todas las armas depositadas de los particulares en el Cuartel como ya le oficié.

Advirtiéndole que de no hacerlo así, tomaré las medidas oportunas, declarándole rebelde al Gobierno legítimo.

Sírvase firmar el duplicado.- Lalín 20 de julio de 1936.- EL ALCALDE.- Jesús Golmar (1).

De las cuatro cosas cuyo cumplimiento intimaba el alcalde, sólo una fue atendida y cumplimentada por el Sargento de la Guardia Civil: firmó el duplicado. Lo firmó... pero haciendo constar en el mismo, que se ratificaba en el propósito de mantener el orden público a toda costa.

Es vista de que este oficio tampoco había dado el resultado apetecido y las armas seguían sin aparecer, llamaron a Teléfonos al Sargento para que oyese directamente de labios del Gobernador la orden de entrega.

Allí encontró al Alcalde, al jefe político y al portero del Ayuntamiento que le saludaban diciéndole:

-El Gobernador le llama por ver si acaba Vd. de entregar las armas.

-Yo no tengo que recibir órdenes ningunas del Gobernador. Recogí las armas cuando mis jefes me mandaron y las entregaré cuando ellos me lo ordenen.

Con todo, se pone al habla con el Gobierno Civil. De allí hablan; pero, en medio de tal ruido y confusión, que no logra identificar a la persona que comunica, ni mucho menos saber lo que dice. Percibe sólo palabras aisladas: "Guardia civil... Guardias de asalto... todos... también con el Gobierno..." y nada más.

Entretanto, fuera de la cabina aguardaban sus amigos, que en voz alta discurrían: "Si el Sargento no entrega las armas, le declaramos monárquico y pasaremos sobre él". Son palabras de Crespo que, de portero del Ayuntamiento, había subido a la categoría de amo y señor de las voluntades de los demás dirigentes.

Otras cosas vinieron a distraer la atención de estos hombres, para quienes las armas depositadas en el Cuartel llegaron a constituir una verdadera obsesión.

De Pontevedra se recibían llamadas urgentes pidiendo hombres que defendiesen la causa roja en la capital. Había que dar oídos a esas llamadas, y... allá se fueron, sobre las cinco de la tarde, unos 400 escopeteros mandados por Ferreiro, el portero del Ayuntamiento y Fondevila, llenos de entusiasmo, provistos de dinamita que recogieron a su paso por Silleda, y lanzando a los vientos el grito bélico del F. P.: ¡U. H. P.! ¡U. H. P.! ¡U. H. P.!

No habían marchado todos. En Lalín quedaron todavía muchos que, para entretenerse, intentaron asaltar la cárcel y dar libertad a los presos. No lo realizaron al fin, porque, enterada la Guardia civil de este propósito, dio órdenes terminantes a los funcionarios de la prisión de que abriesen fuego contra todo el que intentara acercarse, y avisasen al cuartel por el medio más rápido. Esta orden fuera dada en presencia del segundo teniente-alcalde, lo que explica perfectamente, por qué los asaltantes desistieron de su propósito. Esto, aparte de que tampoco tuvieron ya mucho tiempo para realizarlo, pues, a las diez de la noche de este mismo día 20, transmitía el Teléfono a Lalín la orden de declarar el Estado de Guerra.

Desde aquel momento cesaba el alcalde en su misión de encargado del Orden Público, y así se lo hizo saber el Sargento de la Guardia civil D. Julio López Gómez, que transforma en funciones de derecho, las que de hecho había ejercido en todo momento.

Su primera ocupación fue limpiar el pueblo de todos aquellos advenedizos que fueran por algunas horas la pesadilla de los vecinos honrados. Un plazo de un cuarto de hora diera para que despejasen los revoltosos, y, a los cinco minutos, ya no se encontraba uno en la población.

Se preocupa luego de hacer abortar la huelga general que tenían acordada los obreros, y dedica preferente atención a la recogida de armas, operación que dio por resultado la importante suma de unos seis mil kilos de peso en armas, distribuidas así: 525 armas largas, 75 pistolas y 200 revólvers.

En los últimos días de julio, fue nombrado Alcalde y Delegado en Lalín, el abogado y propietario D. Bernardo Madriñán, propulsor de las primeras aportaciones de la Villa al Movimiento, aportaciones que, finalizado el primer semestre de campaña, habían ascendido a la importante suma de 23.562 pesetas; 1.300 gramos de oro; 500 piezas de ropa y 118.660 kilogramos de víveres.

(1) Hay una rúbrica y un sello que dice: "Ayuntamiento Constitucional de Lalín.- Alcaldía"; y luego al pie del oficio: Sr. Jefe de la Fuerza de la Guardia Civil de LALÍN.

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Texto procedente de la obra del canónigo de la Catedral de Santiago de Compostela, Revdo. P. D. Manuel Silva Ferreiro, Galicia y el Movimiento Nacional: paginas históricas, 1938.

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