viernes, 6 de agosto de 2010

Lalín

Esta villa, aún cuando no puede llamarse obrera por sus industrias ni sus fábricas, pudo sin embargo influir grandemente en su suerte y en su vida el elemento trabajador en los días aquellos del Movimiento, debido a las obras del ferrocarril Zamora-Orense-Santiago, que habían aumentado el censo ordinario de la población, en un tanto por cien muy considerable.

Los trabajadores de la vía, junto con los de Oficios Varios del pueblo y comarca, estaban divididos en dos grandes grupos (U. G. T. y C. N. T.) cuyas organizaciones se nutrían también a veces con los afiliados a diversas sociedades parroquiales, entre las que merecen destacarse: "Fraternidad de Donsión", "Democracia" y "Sante", las cuales sin embargo, antes que a Largo Caballero, Prieto o Pestaña, obedecían a "D. Fulano", conocido vulgarmente con el nombre de "Jefe político".

Todas estas sociedades tenían tendencia izquierdista marcadísima, por lo cual, y para contrarrestar sus efectos, se formaron otras dos de matiz derechista ("Unión de votos" y "Equidad de votos") que no tardaron mucho tiempo en ser absorbidas por uno de aquellos dos grandes grupos (la C. N. T.) ante la imposibilidad de encontrar trabajo fuera de ellos. ¡Así respetaban la libertad ajena los corifeos de la libertad!

No había presenciado esta villa mayores concentraciones obreras. Por eso, fue mayor su sorpresa cuando, del cuatro al cinco de mayo del 36, vio sus calles invadidas de gente, que en manifestación tumultuosa, pedía a grandes gritos fuesen echados de las obras todos aquellos que no ostentasen carnet de sus organizaciones, lo que consiguieron al fin, por presión del jefe político D. Manuel Ferreiro Panadero, y contra el fallo de los jurados mixtos.

Fue ésta acaso, la primera movilización ordenada por los dirigentes en Lalín, no en bien de los dirigidos, sino con miras egoístas, y como preparación de sucesos ulteriores, que a muchos de ellos habían de costarles la vida. La segunda fue, muy pocos días antes del Movimiento.

El 13 de julio, más de 600 obreros acudieron a Lalín, para ver como el alcalde salía de la cárcel, en donde dos días antes había sido encerrado por orden del Juzgado de Instrucción, y debido al parecer, a manejos caciquiles. Pero, no se contentaron los amotinados con ver salir de la cárcel al alcalde, sino que, conscientes de su fuerza, se impusieron al juez, y le obligaron a decretar la libertad de un obrero, detenido en una romería el día anterior, por habérsele ocupado una pistola sin la debida licencia. Gritos, alborotos, manoteos, intentos de asalto a la cárcel, coacciones, cierres de comercio... todo esto pusieron los obreros, tanto en ésta como en la manifestación de mayo. Lo que seguramente no pusieron ellos, aún cuando lo tomaron, fue el vino que con abundancia se les repartió en estas dos ocasiones ¿Quién lo puso? Se lo preguntamos a alguno de los obreros que figuraron en aquellas manifestaciones, y nos remitieron al entonces alcalde de Lalín D. Jesús Golmar...

La cosa marchaba. La masa obrera respondía al llamamiento de sus jefes. El tiempo prefijado por los altos dirigentes del Soviet en España se precipitaba... era necesario ir limpiando el camino de todo aquello que pudiera significar obstáculo en la marcha revolucionaria; era necesario ir desarmando a las personas de orden... Por eso, el mismo día 13, el segundo teniente alcalde don Luis Frade, en funciones de alcalde, después de mandar se retirase la fuerza de la Guardia civil -que había salido del cuartel ante el intento de asalto a la cárcel y al casino- ordenó, y practicó por sí mismo, registros domiciliarios en busca de armas y documentos fascistas, con resultados enteramente negativos.

El campo estaba libre, no había enemigo, y si lo había, era completamente inofensivo, pues estaba desarmado.

Tranquilos y satisfechos durmieron sin duda los representantes del Frente Popular en Lalín; pero, poco iba a durarles la tranquilidad, y menos la satisfacción.

El día 18, la noticia del levantamiento de las tropas de África vino a despertarlos desagradable e inesperadamente, obligándoles a precipitar la organización comenzada.

La Unión General de Trabajadores había ordenado por radio a sus afiliados que se reuniesen en sus locales y allí esperasen órdenes de sus jefes, y... a eso venían sin duda, a recibir órdenes de sus jefes, representantes y afiliados de las diversas sociedades antes mencionadas, que, a las doce de la noche del 18 llegaron a Lalín, donde fueron recibidos por el alcalde y Ferreiro Panadero.

No eran éstos los únicos dirigentes de la tramoya marxista en Lalín. Si las paredes del Café Español hablasen, podrían decirnos mucho acerca del lugar en donde se fraguara el movimiento revolucionario, así como acerca del significado de cuchicheos y conversaciones que los Sres. citados tuvieron por aquellos días con el portero del Ayuntamiento José Crespo, el relojero del 0,95, y los presidentes de "Fraternidad" y "Democracia", Ramiro Granja y José López Bermúdez.

El día 19, marchó por la mañana el jefe político M. Ferreiro y los alcaldes del partido (representado en de Lalín por Frade) a conferenciar con el Gobernador, mientras en la villa seguía creciendo el temor, la inseguridad y el nerviosismo, que llevaron a algunas familias a mudar rápidamente de domicilio.

El Sargento de la Guardia civil que venía siguiendo muy de cerca todos los manejos de los revoltosos, viendo el mal cariz que iban tomando las cosas, reunió en el cuartel toda su fuerza (concentrando además unos 14 hombres de los puestos limítrofes) y marchó seguidamente a entrevistarse con el jefe político que regresara ya de la capital, a quien manifestó su decidido propósito de mantener el orden a toda costa, haciéndole responsable de lo suceder pudiese, caso de tener que intervenir la fuerza pública. "Tengo -le dijo- veinte hombres a mis órdenes, dispuestos a salir a la calle en el momento en que a ella se lancen las masas obreras".

No ignoraba el Sargento, cuando esto afirmaba, que al día siguiente se quedaría él en Lalín con sólo cinco guardias, pues los otros habían sido reclamados de Pontevedra. ¿Lo sabía también el jefe político? Acaso no; ya que, recoge prudentemente la advertencia, y, protestando de lo que él cree una intromisión del comandante del puesto, toda ver que "yo soy -dice- el único encargado por el Gobernador de mantener el orden en el pueblo como lo demuestra este telegrama" (exhibe efectivamente un telegrama en que la primera autoridad de la provincia lo honraba con aquella comisión) empeña su palabra de honor, asegurando que los obreros no saldrían de sus centros.

No debía ser muy de fiar su palabra, pues el Sargento, en vez de entregarse a un descanso que tenía bien merecido, sale del cuartel, mediada ya la noche, acompañado de cinco guardias, con objeto de vigilar la población.

El jefe político vigilaba también. En la calle estaban él y el alcalde, cuando los guardias (bien seguros de que mientras los jefes estuvieran allí no había peligro en otra parte) se les acercan y entablan conversación.

Hacia la una y media de la madrugada, aparece un grupo de unos 15 paisanos con los que se encara el Sargento para preguntarles:

-¿A dónde van ustedes?

-Hemos recibido orden de venir a la Sociedad.

-¿Quién les ha dado esa orden?

-A nosotros nos mandaron estar a las diez en la Sociedad. Es de advertir que en Lalín no había local de sociedad alguna fuera del centro Republicano, pues todas las sociedades, antes mencionadas, tenían sus residencia en las parroquias respectivas.

Por eso, el Sargento insiste en sus preguntas:

-¿En qué Sociedad?

-Nos mandaron estar aquí a las diez. Respuestas todas, como se ve, muy en consonancia con la filosofía de nuestros paisanos que, en su afán de aparecer humilde y respetuosa, emplea subterfugios equivalentes al más franco, pero también más descarado, "a Vd. nada le importa", de otras regiones.

Al ver Ferreiro que el Sargento tiraba demasiado del hilo y podía llegar a descubrir algo que a él no le convenía, buscó un aparte con alguno de los presentes, y le susurró al oído: -"Diles que se retiren". El Sargento que oye esto, no necesitó más para sospechar que el grueso de la masa obrera no andaba muy lejos, sospecha que vio muy pronto confirmada por la inmediata llegada de dos escopeteros, que, como avanzadilla, venían a recibir órdenes de sus jefes.

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Texto procedente de la obra del canónigo de la Catedral de Santiago de Compostela, Revdo. P. D. Manuel Silva Ferreiro, Galicia y el Movimiento Nacional: paginas históricas, 1938.

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