sábado, 30 de enero de 2010

Comienza el desarrollo del plan revolucionario en Ferrol

Llega la tarde del día 20, y los obreros de Ferrol, en vez de entrar al trabajo, comienzan a dar muestras inequívocas de que se iniciaba el desarrollo del plan revolucionario.

Antes ya de las tres, hora convenida para anunciar mediante el disparo de tres bombas la huelga revolucionaria, se les ve trabajar afanosamente en la preparación y transporte a lugares estratégicos de sacos terreros y otros utensilios de defensa, indicio claro y evidente de la proximidad de la tormenta que amenazaba con ser desastrosa, si Azarola, Comandante General del Arsenal, persistía en sus propósitos de declararse en cantón independiente y repartir armas a los obreros de la Constructora como públicamente se decía. Esto significaba para los revoltosos un refuerzo importantísimo, que era necesario tratar de evitar a toda costa.

Para ello, los defensores de la España auténtica en Ferrol, deciden enviar al Arsenal un emisario encargado de explorar la verdadera actitud del General, actitud que su Ayudante dijera desconocer, en la anterior reunión de Jefes a que había sido convocado.

El Comandante de Artillería Sr. López Uriarte recibe y acepta, a las dos de la tarde de este día 20 de julio, la comisión nada fácil y menos agradable de entrevistarse con Azarola, trasladándose al efecto a la Comandancia del Arsenal acompañado del ayudante de aquél, y llevando de escolta al cabo Manuel Jorge y a los artilleros Serafín Maurín y José Rodríguez Núñez.

La puerta del Parque estaba cerrada, a pesar de la orden que diera Azarola de que permaneciese abierta. Paró el coche: y mientras se apean los ocupantes, y solicitan entrar, y se abre la puerta pequeña para darles paso, y discuten estos con los centinelas para que faciliten también la entrada del coche (1) etc. etc., aumentan extraordinariamente los grupos de exaltados y sospechosos, muchos de los cuales esgrimen pistolas que quieren disparar contra Uriarte y sus acompañantes. No lo hacen sin embargo, porque otros, cuya opinión prevalece, se oponen a ello (2), y la embajada arriba sin novedad a presencia de Azarola, a quien acompañaban en este momento, un hijo suyo, y el Ayudante Mayor del Arsenal, Capitán de Fragata Sr. Suances.

-Vengo -dice Uriarte- con la comisión de inquirir su parecer acerca de la declaración del estado de guerra.

-Bien -responde Azarola- que lo declaren si quieren. Yo no soy Autoridad. Yo dependo del Comandante Jefe de la base (3). Usted viene equivocado, Comandante. Vaya Vd. al Jefe de la base.

-Sí, tiene V. razón; tal vez esto haya sido una equivocación. Sin embargo, a mí me ordenaron que me entrevistase con V., y le agradecería, mi General, que hablásemos de este asunto, pues las circunstancias son gravísimas, y yo no puedo perder tiempo en tratar de entrevistarme con el Almirante. Además, no sé si lo conseguiría. Estoy seguro de que antes de llegar a él, me detendrían, o me acometerían al menos, retardando el cumplimiento de la misión que me confiaron.

Reflexiona el General, y al cabo de un rato pregunta: -¿Qué es lo que se quiere de mí?

-Que declare el estado de guerra.

-Pero, ¿vino orden del Gobierno?

-No hay Gobierno, mi General; el Gobierno está en crisis desde las cuatro de la mañana. Además... no se puede obedecer a un Gobierno que nos trata peor que a lacayos.

-Eso no. No hagan Vds. eso. No saben en lo que se meten saltando las órdenes del Gobierno. Yo creo que la masa popular no cometerá ninguna salvajada si nosotros no nos movemos, mientras que por el contrario, la declaración del estado de guerra puede exacerbarla, y lo que se busca como remedio, puede llegar a ser causa de sucesos sangrientos (4).

-¡Por Dios, mi General! Si no hay más que asomarse a la puerta del parque para ver que la tormenta que se avecina va a ser espantosa. Yo jamás, ni en mi vida militar en África, he tenido mayor sensación de peligro que la que experimenté al entrar. Me pareció estar delante de un pelotón dispuesto a fusilarme.

-El General, al oír estas palabras, da muestras visibles de reaccionar; pero... sin embargo contesta:

-Creo no pasará nada. ¡Dios no querrá que le pase nada a usted!

-Mi General: y, ¿si me matan a la salida, V. se quedará tan tranquilo?

-No -responde Azarola con energía-. Si a V. le pasase algo, yo intervendría.

En esto irrumpen en la sala dos auxiliares de la Armada y, cuadrándose ante el General le dice uno de ellos: -"Sobre nosotros mi General, acaban de hacer las turbas unos disparos cuando nos dirigíamos al Arsenal".

La noticia pareció impresionar vivamente al Sr. Azarola, y Uriarte, cuyas dotes de diplomático conocemos ya por lo anteriormente relatado, aprovecha el momento y vuelve a la carga, recordando los ultrajes recibidos por el Ejército en Ferrol, y los del Gobierno de Madrid no sólo al Ejército sino a todas las personas decentes, para terminar diciendo: "¡Ninguna persona digna puede considerarse obligada a obedecer a un Gobierno de esta naturaleza!"

Al fin, las atinadas reflexiones de Uriarte parecen haber dado al traste con la resistencia de Azarola. Este medita largo rato, y da por terminada su meditación con estas palabras que sonaron a orden militar: -¡A declarar el estado de guerra!

Encantado Uriarte al ver terminado tan felizmente su cometido, pensando con honda satisfacción en que acababa de ganar un General para la Causa y salvado la vida de Azarola, pidió a éste permiso para comunicar a la Comandancia la orden de que se declarase el estado de guerra. ¡Era ya tarde... a pesar de haber transcurrido sólo contados minutos! -Espere V. que voy a informarme, dijo el General. ¡En su interior debía estar desarrollándose una lucha terrible!

(1) A ello se oponían los centinelas porque temían que, abierta la puerta grande, se avalanzase por ella la muchedumbre.

(2) Más duchos, no querían comprometer con actos de salvajismo, el esperado reparto de armas a los camaradas.

(3) Era Jefe de la base el Sr. Núñez que, como ya hemos indicado, estaba del todo al lado del Ejército.

(4) Azarola había sido Ministro de Marina, y sólo la lealtad a los hombres que le encumbraron, puede disculpar su razonamiento. ¡Viejo razonamiento empleado desde el advenimiento de la República por todos los cobardes en nuestro campo, e invocado como pretexto por todos los fariseos del campo contrario! ¡No se debe provocar!: Máxima encubridora del miedo que nos dominaba cuando nos proponían la conveniencia de organizar o simplemente asistir a algún acto de propaganda social o religiosa. ¡Nos han provocado!: ¡Hipócrita disculpa, con que, despóticos gobiernos y masas ingobernables, trataron de justificar el asesinato, el incendio, el atropello y toda clase de infamias en nuestra Patria.

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Texto procedente de la obra del canónigo de la Catedral de Santiago de Compostela, Revdo. P. D. Manuel Silva Ferreiro, Galicia y el Movimiento Nacional: paginas históricas, 1938.

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