La noticia de lo acaecido en África y de lo que estaba ocurriendo en España, puso en movimiento a las organizaciones obreras de Betanzos que, cumpliendo órdenes superiores y secundando las de las autoridades del F. P., se entregan a la requisa de armas, dentro y fuera de la población.
Los primeros en ser visitados por las patrullas de requisa, fueron acaso, D. Eliseo Barros Gamallo y el otro sacerdote que, como él, sabía ya -por experiencia- de la cultura y buenos modos de los visitantes. Estos sin embargo no fueron recibidos, y, como protesta a tal descortesía, comenzaron a disparar sus armas contra la casa-vivienda de los aludidos sacerdotes, y a lanzar contra ella cartuchos y más cartuchos de dinamita.
Los moradores no se asustan por eso, y continúan una larga resistencia que tiene entretenidos por varias horas a los revoltosos, salvando así a medio pueblo, de los efectos de la dinamita para él preparada.
Claro que, el valiente proceder de aquellos sacerdotes, fue espléndidamente recompensado:
Enterado el Alcalde López da Torre, del asedio de que estaban siendo objeto por parte de los rojos -temiendo que el movimiento revolucionario fuese a fracasar por precipitación- ordena a la Guardia Civil que acuda a desalojar a las turbas, lo que se efectúa sin grandes dificultades, aunque no con la facilidad con que se lleva a cabo el desalojamiento también de los sacerdotes que, en ser desalojados, quedaron ciertamente equiparados a los revoltosos; pero fueron en cambio objeto de distinción especial, al tratar de buscarles nuevo alojamiento: Los revoltosos... ¡que se las arreglen como puedan! Los sacerdotes... ¡a la cárcel!
Los días 19, 20 y 21, fueron días de concentración en Betanzos.
Las aldeas y parroquias circunvecinas habían volcado sobre la ciudad todo cuanto de malo y de cobarde (1) tenían en el censo de su población, y una gran cantidad de armas de lo más variado y pintoresco (2).
Calles y plazas aparecían completamente llenas de gente en armas, y la población de orden... parte recluida en sus casas, y parte huida a lugares más seguros.
En la mañana del día 22, la Guardia Civil del puesto de Betanzos, algunos elementos civiles y varios marinos a los que el Movimiento cogiera en aquella plaza, salieron -mandados por dos Alféreces de Navío sorprendidos también allí por la revolución, y dos sargentos del Ejército- y se adueñaron, después de algún paqueo sin importancia, del casco del pueblo y posiciones estratégicas, que habían de facilitar la entrada de una columna que de Coruña venía sobre Betanzos.
Antes ya de la llegada de estas fuerzas, los revolucionarios de Betanzos huyeron a la desbandada, dejando tras de sí muestras inequívocas de su salvajismo (3).
Quedaron sin embargo algunos, los más decididos, que desde unas barricadas levantadas en la calle de los Herreros y desde otros lugares, hostilizaron a las tropas de la columna libertadora, retrasando en una hora al menos su entrada en la ciudad, que, desde entonces, disfrutó ya de tranquilidad absoluta.
(1) Los malos acudían convencidos; los cobardes, obligados por el miedo.
(2) Escopetas de todas clases, pistolas antiguas y modernas, hachas, azadones, palanquetas, hoces, etc. etc.
(3) Saquearon e incendiaron luego el convento de San Francisco; colocaron dos potentísimas bombas en el puente nuevo sobre el Mandeo, y otra en el Puente del Ferrocarril, que no causó desperfectos.
Texto procedente de la obra del canónigo de la Catedral de Santiago de Compostela, Revdo. P. D. Manuel Silva Ferreiro, Galicia y el Movimiento Nacional: paginas históricas, 1938.
Los primeros en ser visitados por las patrullas de requisa, fueron acaso, D. Eliseo Barros Gamallo y el otro sacerdote que, como él, sabía ya -por experiencia- de la cultura y buenos modos de los visitantes. Estos sin embargo no fueron recibidos, y, como protesta a tal descortesía, comenzaron a disparar sus armas contra la casa-vivienda de los aludidos sacerdotes, y a lanzar contra ella cartuchos y más cartuchos de dinamita.
Los moradores no se asustan por eso, y continúan una larga resistencia que tiene entretenidos por varias horas a los revoltosos, salvando así a medio pueblo, de los efectos de la dinamita para él preparada.
Claro que, el valiente proceder de aquellos sacerdotes, fue espléndidamente recompensado:
Enterado el Alcalde López da Torre, del asedio de que estaban siendo objeto por parte de los rojos -temiendo que el movimiento revolucionario fuese a fracasar por precipitación- ordena a la Guardia Civil que acuda a desalojar a las turbas, lo que se efectúa sin grandes dificultades, aunque no con la facilidad con que se lleva a cabo el desalojamiento también de los sacerdotes que, en ser desalojados, quedaron ciertamente equiparados a los revoltosos; pero fueron en cambio objeto de distinción especial, al tratar de buscarles nuevo alojamiento: Los revoltosos... ¡que se las arreglen como puedan! Los sacerdotes... ¡a la cárcel!
Los días 19, 20 y 21, fueron días de concentración en Betanzos.
Las aldeas y parroquias circunvecinas habían volcado sobre la ciudad todo cuanto de malo y de cobarde (1) tenían en el censo de su población, y una gran cantidad de armas de lo más variado y pintoresco (2).
Calles y plazas aparecían completamente llenas de gente en armas, y la población de orden... parte recluida en sus casas, y parte huida a lugares más seguros.
En la mañana del día 22, la Guardia Civil del puesto de Betanzos, algunos elementos civiles y varios marinos a los que el Movimiento cogiera en aquella plaza, salieron -mandados por dos Alféreces de Navío sorprendidos también allí por la revolución, y dos sargentos del Ejército- y se adueñaron, después de algún paqueo sin importancia, del casco del pueblo y posiciones estratégicas, que habían de facilitar la entrada de una columna que de Coruña venía sobre Betanzos.
Antes ya de la llegada de estas fuerzas, los revolucionarios de Betanzos huyeron a la desbandada, dejando tras de sí muestras inequívocas de su salvajismo (3).
Quedaron sin embargo algunos, los más decididos, que desde unas barricadas levantadas en la calle de los Herreros y desde otros lugares, hostilizaron a las tropas de la columna libertadora, retrasando en una hora al menos su entrada en la ciudad, que, desde entonces, disfrutó ya de tranquilidad absoluta.
(1) Los malos acudían convencidos; los cobardes, obligados por el miedo.
(2) Escopetas de todas clases, pistolas antiguas y modernas, hachas, azadones, palanquetas, hoces, etc. etc.
(3) Saquearon e incendiaron luego el convento de San Francisco; colocaron dos potentísimas bombas en el puente nuevo sobre el Mandeo, y otra en el Puente del Ferrocarril, que no causó desperfectos.
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Texto procedente de la obra del canónigo de la Catedral de Santiago de Compostela, Revdo. P. D. Manuel Silva Ferreiro, Galicia y el Movimiento Nacional: paginas históricas, 1938.
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