lunes, 22 de febrero de 2010

El "Tercio de Calo". Mineros en la ciudad. Los artilleros esperan.

Así como el anterior había sido de reclutamiento y requisas, el día 20 fue de incautaciones.

Un cuarteto de caracterizados extremistas capitaneados por Manuel Tarrío Requejo, se incauta este día de todos los servicios ferroviarios después de haber detenido al jefe y al telegrafista de la Estación. Otra partida de seis o siete escopeteros se apodera de la Emisora Radio Galicia, desde la cual, José Carnero Valenzuela se entretenía en excitar a las milicias marxistas que, armadas, circulaban por las calles, con soeces insultos contra el Ejército, y la apología de los crímenes cometidos por los bárbaros rojos en la Marina de Guerra.

También en la noche de este mismo día, Juan Jesús González, con una sección de foragidos reclutados en la parroquia de Calo a los que bautizara con el pomposo nombre de "Tercio de Calo", se persona en la fábrica de luz, amenazando al Gerente para que le haga entrega de la misma.

Este Juan Jesús, que al frente de su famoso "Tercio" irrumpiera en la Ciudad después de haber cometido en Calo y sus contornos algunas tropelías, al pasar por las proximidades del Cuartel de Artillería, como jactancia de la potencialidad de sus huestes, y con el fin de llamar la atención de los soldados sobre ellas y la bandera comunista que enarbolaban, gritó con toda la fuerza de sus pulmones: ¡Vista a la derecha! (1).

También este mismo día telégrafos y teléfonos son incautados por los dirigentes del F. P., no recibiéndose ya desde ahora en Artillería ningún telegrama oficial de la División, aún cuando las comunicaciones urbanas siguen haciéndose con normalidad, y sin intervención al parecer.

Estas cosas, y la invasión de la ciudad por elementos extremistas de diversos pueblos y por innumerables mineros de Lousame, acentúan enormemente el desasosiego e intranquilidad. La revolución hasta ahora contenida, da muestras de querer desbordarse, y empiezan ya los desmanes, con el intento de asalto al Palacio Arzobispal, sobre cuyas puertas y ventanas hicieron los revoltosos algunos disparos (2).

Ante la gravedad del momento, el Comandante Bermúdez de Castro llama de nuevo por teléfono al Alcalde diciéndole, que está dispuesto a saltarse el art. 17 de la Ley de Orden Público que dispone la reunión previa de Autoridades, saliendo a la calle bajo su absoluta responsabilidad. El Alcalde, a pesar de contar en aquellos momentos con un Ejército numeroso y bien pertrechado, temía sin duda a los valientes Artilleros, ya que, conocida la decisión del Comandante, se trasladó inmediatamente acompañado de algunos concejales al cuartel de Artillería, para tratar de disuadirle de ella.

Salió de la entrevista a las cinco de la tarde plenamente convencido de que había perdido el tiempo, y... estaba en lo cierto. Bermúdez de Castro, apenas despedido del Alcalde, se pone de nuevo en comunicación con la Guardia Civil y le ordena que, bajo su responsabilidad, esté dispuesta a salir cuando él lo disponga. Su gente, la de Artillería, estaba animada del mejor espíritu. ¡Hacía muchas horas que estaban deseando todos que tocaran a zafarrancho!

Sin embargo, como en aquellos momentos había en la ciudad más de tres mil hombres armados; como los puntos estratégicos estaban tomados por los revoltosos, provistos de abundante cantidad de dinamita y esperando la salida de las tropas, y... como la fuerza de que se podía disponer era sólo de sesenta hombres, si había de dejarse una tercera parte en el cuartel para su defensa y como reserva, era prudente y necesario también, esperar un momento oportuno, que no podía ser otro que la madrugada, hora en que el elemento de orden estaba recogido, y en que los edificios por estar cerrados, dejan de ser trincheras y parapetos desde los que pueda ser hostilizada la fuerza. Todo esto, sin tener en cuenta que la sorpresa y el desconcierto que se apodera de la gente entregada al descanso, al verse despertada después de un día de trajín, por los clarines de guerra, tenía necesariamente que favorecer la marcha rápida hacia los objetivos.

Tomada esta determinación, mientras una gran parte de los revoltosos se dirigen a Coruña en columna motorizada, en el cuartel de Artillería se ultiman los preparativos para una salida que, prometiendo ser peligrosa y arriesgada, había de convertirse en un paseo triunfal a través de las calles de la ciudad.

(1) El 12 de septiembre del 36, el pobre Juan Jesús, completamente arrepentido, sufrió el castigo debido a las actuaciones revolucionarias a que le condujeran su espíritu inquieto, y su corazón un tanto ambicioso y soberbio. Confesó y comulgó con extraordinario fervor, y fue un verdadero apóstol para sus compañeros de desgracia.

(2) No sabemos hasta donde alcanzarían las intenciones de los revoltosos con respecto al Palacio Arzobispal. Desde luego, después de repetidas llamadas que uno de ellos hacía dando fuertes aldabonazos, mientras los demás (8 o 12) enfilaban con sus carabinas las ventanas y puertas del edificio, colocaron ante la puerta principal un artefacto, potentísimo al parecer, que recogieron luego, encaminándose a la Plaza del Hospital.

Suponemos que pretendían franquear la entrada con dinamita, no habiéndolo efectuado, porque tomaron acaso como anuncio de peligro, un tiro que en aquellos momentos sonó en la plaza, seguido de alarma, gritería, y tropel de gente que huye.

A un escopetero se le había disparado el arma, y fue esto más que suficiente para que los millares de valientes, apostados frente al Consistorio, armasen (al tratar de buscar refugio) una algarabía como acaso no hubieran armado si se tratase de un cañonazo.

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Texto procedente de la obra del canónigo de la Catedral de Santiago de Compostela, Revdo. P. D. Manuel Silva Ferreiro, Galicia y el Movimiento Nacional: paginas históricas, 1938.

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