miércoles, 17 de febrero de 2010

Estado social. Primeros días del Movimiento

El obrero de Santiago, fue siempre en Galicia, el prototipo de la cultura y la comprensión dentro de la clase.

Parece como si sobre él pesase más el ambiente de la ciudad que las deletéreas propagandas que a diario le servían. Cedía, claro está, a las exigencias e imposiciones de la Organización; pero siempre con cierta interior repugnancia y muda protesta contra los abusos y demasías de ellas derivadas.

Sin embargo, hemos de reconocer que, con la República, apareció en Santiago un nuevo tipo dotado de todas las cualidades propias del perfecto revolucionario: atrevido, desvergonzado, soez, ambicioso, falto de una palabra de aquella educación y cultura que distinguía al obrero de Santiago.

¡No nació así! ¡El era bueno! ¡El, al menos, no era malo! Pero... rodeado por una atmósfera de licencias, odios y libertinajes, y solicitado constantemente por el libro inmoral, la prensa sin Dios y el mitin societario, no pudo resistir, y... sucumbió al ambiente y a la propaganda.

Este era el tipo que aparecía en todas las revueltas; el que repartía las hojas clandestinas; el que con su camisa azul o corbata roja formaba, brazo al aire, en los entierros comunistas; el que penetraba violentamente y rompía las urnas en los colegios electorales; el que un día colocaba una bomba a la puerta de un convento, y otro invadía la casa de los Jesuitas, y quemaba otro las imágenes de algún centro católico; el que promovía los alborotos en las rúas, y gritaba por las calles, y blasfemaba en alta voz... ¡siempre el mismo, con su cara imberbe, la mirada torba, el pelo desgreñado y ademanes desenvueltos!... ¡El mismo siempre, con sus catorce, dieciséis y hasta a veces veinte años! Los demás... los otros, aparte de este grupo insignificante por su número, continuaban siendo... ¡el obrero de Santiago!

No era por tanto de la clase obrera precisamente, de donde procedía en Santiago esa sensación de inseguridad y peligro inminente que aquí se dejaba sentir como en toda España; procedía más bien, de las actuaciones por todos conocidas, de una porción muy numerosa de mercaderes que, sin el menor escrúpulo, traficaban con los intereses del obrero, poniéndolos como pantalla tras la cual se ocultaban siempre fines egoístas e inconfesables. ¡Había el peligro de que, con sus falacias y mentidas promesas, lograsen convencer y arrastrar a la masa!

Esos mercaderes, que creyeron haber nacido para redentores y que pararon para su desgracia en crucificados, no se contentaban con hacer víctimas de sus embustes a los obreros: extendieron también la propaganda a los cuarteles, con objeto de levantar el ánimo de los soldados contra sus jefes, que siempre "tienen que conformarse con haber puesto los hechos en conocimiento de la Superioridad".

No faltan tampoco en Santiago los insultos al Ejército, como el que un elemento extremista lanzó en el mes de mayo, tomando por víctima al entonces suboficial de Infantería de la Guarnición de Lugo, Sr. Feijóo.

Los oficiales de Artillería se ven sometidos a un espionaje tan tenaz como indecoroso. En los primeros días de junio, el Capitán Leiva, con motivo de un viaje a Madrid, es objeto de tan estrecha vigilancia por la policía de orden superior, que el Comandante de la Plaza, tiene que intervenir, elevando sus quejas al General de la División y a la Dirección de Seguridad. Así transcurre el tiempo, acentuándose cada vez más y en todas partes, la excitación precursora de grandes acontecimientos. Estos, no tardarían en llegar.

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Texto procedente de la obra del canónigo de la Catedral de Santiago de Compostela, Revdo. P. D. Manuel Silva Ferreiro, Galicia y el Movimiento Nacional: paginas históricas, 1938.

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