viernes, 12 de febrero de 2010

Lealtad del Velasco

¡Página gloriosa la escrita por el Velasco los días 20 y 21 de julio en Ferrol!

La Marina Española... aquella Marina que un día dijo querer más honra sin barcos que barcos sin honra, vio sus barcos batidos por el huracán masónico-soviético, y su honra en peligro de ser prostituida por soviéticos masones. Pero... el Velasco, con peligro de su propia vida, salvó denodada y valientemente en Julio del 36, la honra de la Marina, en aguas de Galicia.

¡¡A bordo del Velasco... había un Jefe!!

El Capitán de Corbeta Sr. Calderón, subiera a bordo del Velasco el primero de mayo anterior. Su primer cuidado fue estudiar la dotación, fijándose principalmente en el Contramaestre, hombre naturalmente noblote, al que trata de ganar a fin de que le sirviera de puente para llegar al resto de la dotación.

Días antes del movimiento, el Contramaestre trató de embarcar en el Canarias; pero Calderón -que ya descubriera las buenas cualidades de aquel hombre- se sincera con él y claramente le dice, que no está lejana la hora de un movimiento "que redima a España de la opresión ominosa y terrible en que la tienen sumida".

Calderón lo sabía. En el mes de marzo se lo había dicho en Valencia, estando él de tercer Comandante en el Cervantes, don Francisco Moreno.

-¡Quédese..., lo necesito! -dice a D. Amador, que así se llamaba el Contramaestre-. Vaya preparando la gente con consejos, haciéndoles ver las atrocidades que se están cometiendo en todas partes y... del modo que V. vea; pero procurando que esté dispuesta en todo momento.

¡Y el momento llegó!

Calderón, como el Comandante del España, obedecía órdenes de la Superior Autoridad de la base que, respecto al Velasco, eran las de defender a toda costa la puerta del Arsenal.

Mediado el día 20, manda dirigir los cañones enfilando la referida entrada, y arma a toda su gente incluso con bombas lacrimógenas, encargando al 2º que, cuando procediese al reparto de armas, tuviese buen cuidado de dejar sin ellas a un marinero llamado Hermo, fichado ya anteriormente como elemento comunista y peligroso.

Al inspeccionar el cumplimiento de estas disposiciones, observa el Comandante que el tal Hermo estaba también provisto de armas como los demás. Llama al 2º y... la pregunta natural:

-¿No le dije a V. que al marinero ese no le diesen armas?

-Sí... pues... no sé; pero, se le desarma.

-No, ahora no -dice Calderón- y llamando aparte al marinero aquel le dijo:

-Mira muchacho: yo te conozco. Sé como piensas y cuales son tus ideas. Yo podría encerrarte pero... no voy a hacerlo. Sólo te pido una cosa: que si por tus convicciones has de verte obligado a disparar contra alguien... que ese alguien sea yo.

-No, mi Comandante -responde Hermo entre confuso y avergonzado- V. tiene una idea equivocada de mí. Y... ¡lo que puede el permitir a las personas que alternen y proceder con ellas cariñosa, franca y noblemente! Hermo, fue uno de los que mejor y más valientemente se portaron.

En la tarde de este día, el Velasco, colocado a igual distancia del Cervera y del España, en medio de los dos, recibe en forma de balazos, los saludos, primero del Acorazado, y luego del Crucero. Tres marineros y un oficial que estaban al lado del Comandante, cayeron heridos sobre cubierta.

Calderón, que no esperaba esto, alarmado por el peligro que corría la dotación de su buque, ordenó que todos se refugiasen bajo cubierta. Momentos después bajó también él, y pudo observar algo sospechoso en la gente de máquinas; acaso algo de nerviosismo y desorientación tan solo, pero, lo suficiente para colocarles una arenga que los detuviese en sus reflexiones, si estas iban por mal camino.

Así estuvieron hasta la noche, guarecidos bajo cubierta y sin disparar, por orden del Comandante.

Este silencio del Velasco no dejó de intrigar al Cervera y España que, llegada la noche, hablan por Scot preguntándose mutuamente cual era la actitud del Velasco.

Les interesaba mucho conocerla, porque en sus planes estaba efectuar un desembarco por la puerta del dique precisamente, y hacia aquella puerta miraban los cañones del Velasco.

La situación del barco leal no era muy halagüeña que digamos; pero tampoco ofrecía mayores peligros. Ni el Cervera ni el España podían hacer uso de sus cañones; el uno por hallarse en dique y por carecer de proyectiles el otro. Esto lo sabían en el Velasco y por eso estaban relativamente tranquilos, cuando ven que el Cervera comunica al España: -"Voy a dar agua al dique para cañonear al Velasco y asaltarlo".

Ante la gravedad del caso, cambian impresiones el primero y segundo del Velasco y deciden mandar a la marinería a la Casa de Ingenieros, desde la que podía dominarse al Cervera e impedir que su gente saliese a abrir las bombas para dar agua al dique. En el Velasco no habían de quedar más que los heridos, el practicante y Calderón que, pensando en un posible asalto, tira al agua las cajas de pólvora, e inutiliza los cañones, cuyos cierres entrega al segundo y oficiales, que han de salir a tierra con el resto de la dotación.

Esto era lo convenido con el resto de los Comandantes. Pero, en el momento de abandonar el barco, el Contramaestre y ocho marineros se niegan terminantemente a dejar a su Comandante y... allí estuvieron, a proa toda aquella noche, esperando intranquilos, pero valientes y decididos, lo que pudiese traerles el día siguiente.

Lo que al día siguiente sucedió en torno al Velasco y en el Arsenal, consta ya en los anteriores relatos. El Cervera y el España no tiran ya al Velasco creyéndolo acaso totalmente abandonado, disparan en cambio con insistencia hacia la terraza, tenazmente defendida por la dotación de aquel, otras fuerzas leales y algunos Jefes como D. Francisco Moreno, que allí habían acudido buscando un puesto en los lugares de mayor peligro.

Hacia las ocho de la noche de este segundo día, rendido ya el Cervera, de la Terraza sale una voz cuyo eco llega hasta el Velasco: -Velasco ¡Abandonad el barco!

El Comandante, manda entonces al Contramaestre D. Amador Fernández, que fuese a enterarse de quien partiera aquella orden. Fue D. Amador, y volvió diciendo que la Terraza estaba abandonada y los alrededores también. ¿Qué había pasado? En el Velasco nada sabían. ¡Podían haber pasado muchas cosas y algunas muy desagradables!

Además, comenzaba a sentirse hambre, pues en el Velasco no habían quedado víveres de ninguna clase.

-Váyanse Vds. -dice el Comandante a los pocos hombres que quedaban en el barco.

-No señor, contestan ellos, ya que le acompañamos hasta ahora, le acompañaremos hasta el fin. ¡Lo mismo da morir aquí que morir en tierra! Y en tal estado de ánimo, dispuestos a morir su necesario fuera antes que entregar el barco, pasaron la noche toda del martes, turbada de cuando en cuando por los disparos que hacía aún la dotación del España. Y fue esta noche, cuando a bordo hicieron los defensores del Velasco la última comida, que era también la primera desde que había empezado el Movimiento.

¡Sentían hambre! No habían comido desde el mediodía del lunes. Pronto amanecería el miércoles... ¡Sentían hambre! Hablaban de como resolverían la cuestión de víveres si aquel estado de cosas se prolongaba, cuando, un galleguito de esos en quien Dios puso alma de héroes y corazón de madres, dijo en tono de triunfo cual si él hubiese acabado con el problema: -Eu teño o primeiro bolo que me deron no servicio, qu'o tiña para levalo â casa de recordo; bou a buscalo. -Y fue: y... metiéndolo en agua durante algún tiempo y adobándolo luego con aceite... ¡eso comieron la última noche de la revuelta en el Ferrol, los valientes y leales defensores del Velasco!

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Texto procedente de la obra del canónigo de la Catedral de Santiago de Compostela, Revdo. P. D. Manuel Silva Ferreiro, Galicia y el Movimiento Nacional: paginas históricas, 1938.

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