lunes, 8 de febrero de 2010

La tragedia del Acorazado España

El Segundo del Acorazado España, cumpliendo órdenes de la superior Autoridad de la base naval (1), dispuso en las primeras horas del día 20, que saliese a tierra la compañía de desembarco.

Cuando esta, formada ya, comenzaba a desfilar para cumplir las órdenes recibidas, el Oficial tercero de Artillería Sr. Mouriño a cuyas órdenes estaba la sección de fusiles de la misma, se dirige al Segundo D. Gabriel Antón, que desde la toldilla presenciaba el desembarco, y le pide explicaciones de a donde iba y a que iba la fuerza.

-A V. eso no le importa. Cúidese de cumplir las órdenes que vaya recibiendo y no se preocupe de otra cosa.

No quiso saber más el Mouriño y, rápido como una exhalación, sacó la pistola y, encañonando al Comandante, disparó al parecer contra éste, aunque sin resultado alguno por habérsele encasquillado el arma.

El Alférez de Navío Sr. Pedrosa, que a una distancia presenciaba la escena, trata de salvar la situación disparando a su vez contra el Oficial de Artillería, al que alcanza ligeramente, dando así tiempo a que D. Gabriel, que estaba desarmado, pudiese retroceder hasta la borda de estribor. Tras él corrió también Mouriño, rápidamente repuesto de la insignificante conmoción que le causara el primer disparo de Pedrosa, y libre ya de otros por habérsele encasquillado también a éste la pistola. Pronto alcanza al Comandante y con las consabidas palabras de: "manos arriba", le hace su prisionero.

Casi al mismo tiempo, y a pocos pasos, caía sobre la toldilla el Teniente de Navío D. Carlos Suances, víctima de los certeros disparos que, desde la torre cuatro, hacían varios individuos de marinería capitaneados por el segundo maquinista D. Pedro López Amor y el Auxiliar naval D. Alfonso Raja.

Con la detención del Segundo se había iniciado la cobarde y criminal caza de la oficialidad, y aquella se generalizaba en todas partes.

No se había apagado aún el fogonazo de los disparos que llevaran la muerte al pobre Suances, cuando en distinto sector se encendía siniestro el de aquellos otros, que habían de arrebatar la vida al Teniente de Navío Sr. Núñez de Prado. Este, que saltaba a tierra cuando sonó el primer tiro en el España, se vio de improviso encañonado por numerosos fusiles que, desde la batea o desde la escala del portalón, le apuntaban y disparaban contra él.

¡Inútil era toda resistencia; pero el bravo muchacho no había de entregar su vida sin defenderla!

Apoyado en la caseta de un transformador eléctrico, dispara con su pistola a una distancia de tres metros de la desembocadura de la plancha, que desde la batea acoderada del Acorazado, unía a este con tierra, encontrando allí gloriosa muerte, alcanzado por cuatro balazos.

¡En el Acorazado seguía corriendo preciosa sangre española! Una vez detenido D. Gabriel Antón, había sido llevado hacia proa por el maquinista López Amor, el Auxiliar Raja y un grupo de cabos y marineros. Allí... al llegar a la altura de las torres, recibe un fuerte machetazo en el cuello y, caído ya, sin conocimiento y desangrándose por la herida, acabó de rematarlo, traidora y villanamente, un fogonero conocido por "El Chiquito", paseando luego por la cubierta del barco la gorra ensangrentada del Capitán, como un trofeo de guerra.

La rebelión había triunfado ampliamente en el Acorazado. Los Oficiales Hernández Cañizares y Pedrosa, que no habían sucumbido aún, son recibidos, al asomar por la escala de la Cámara, con una descarga de fusilería, teniendo que entregarse, al igual del Comandante y Teniente-Maquinista. Todos ellos, entre procaces insultos de los sublevados, son conducidos a la enfermería unos, y otros al calabozo, en donde se hallaba ya encerrado el Teniente de Navío Sr. Escudero, que allí fue más tarde vilmente asesinado.

Curado Mouriño de primera intención en la enfermería de a bordo, de la herida causada por el disparo que le hiciera el Teniente Pedrosa, se pone nuevamente a la cabeza de la sublevación, y da comienzo a la segunda parte de la tragedia:

Forma a la marinería sobre cubierta y, después de haberla arengado en tonos vibrantes y exaltados, emplaza las ametralladoras y salta a tierra con parte de su gente. Recorre los talleres inmediatos; hace subir a bordo al personal llevándose prisioneros a un Jefe y un Oficial más; recoge a los restantes grupos sublevados, y destaca una partida de la enfermería del Arsenal, con orden de que se recogiesen un cañón de desembarco que allí había, mientras él, capitaneando el grupo más numeroso, se dirige a la puerta del dique con objeto de apoderarse de aquella entrada. ¡Inútil empeño! Aquella entrada, como las restantes del Arsenal, estaba bien defendida por fuerzas leales, que presentaron combate a las de Mouriño, haciéndolas retroceder hacia el barco, desmoralizadas en absoluto, al encontrarse sin jefe, que había muerto en la refriega.

Muerto el cabecilla Mouriño, ya nadie vuelve a salir del España en plan revolucionario. Continúan la lucha... pero sin atreverse a desembarcar. Disparan con las ametralladoras desde cubierta, desde popa y desde el puente. El fuego de fusilería sale de todas partes: de las casamatas y portillos, del cuerpo de guardia y de la torre de observación. Solo en este último lugar fueron recogidos centenares de casquillos, prueba evidente de la intensidad del fuego de fusil que los rojos hicieron desde el Acorazado.

El martes 21, fracasado el desembarco intentado el día anterior, se pone en plan de ejecución otro proyecto.

Preparado ya el Crucero Almirante Cervera, va a salir del dique para acoderarse al España, con objeto de recoger la gente de este buque y salir con todos a la bahía y a la mar. Para facilitar la operación, recógense en el España los cañones de las casamatas, y ve se ya por todas partes a los marineros, llevando a hombros los sacos de su equipaje producto de sus rapiñas por los camarotes, preparados y dispuestos a trasbordar. Pero el Cervera, lejos de salir del dique en donde los sublevados tienen puestos sus ojos, parlamenta para rendirse como ya hemos visto.

Es entonces, cuando el nuevo caudillo, el segundo maquinista López Amor, intenta convencer a los del Cervera de que no deben rendirse. Habla con ellos; pero fracasa en sus tentativas. Y... cuando pretendía conseguir por la fuerza (enviando una sección de marinería que asaltase el Crucero si fuese necesario) lo que no había conseguido por la persuasión, la rendición del Cervera viene a echar por tierra todos sus planes y a sembrar el mayor desconcierto y desaliento en toda la dotación del Acorazado, que acaba también por entregarse al día siguiente, miércoles 22.

(1) Esta había acordado que la Marina cooperase con las fuerzas del Ejército e Infantería de Marina, que luchaban ya en la calle, a sofocar el movimiento revolucionario que se había iniciado en Ferrol.

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Texto procedente de la obra del canónigo de la Catedral de Santiago de Compostela, Revdo. P. D. Manuel Silva Ferreiro, Galicia y el Movimiento Nacional: paginas históricas, 1938.

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