lunes, 22 de marzo de 2010

Iñás (Oleiros): Asalto a la casa Molina

Parroquia filial de San Pedro de Nos, participaba Iñás, en el orden social, de las mismas características de aquella, ofreciendo de peculiar en lo que a los sucesos del Movimiento se refiere, el asalto a la casa del Comandante Molina.

Eran las ocho y cuarto de la mañana del lunes día 20 de julio, cuando ante la obra en construcción de los Sres. de Pan, se detenía un coche en el que viajaban unos cuantos hombres armados, que obligan a los obreros que allí trabajaban, a que dejen las herramientas y les sigan. Los llevan en dirección a La Coruña, de donde habrán de volver (los que vuelvan) maldiciendo de los canallas que les engañaron.

Van todos, menos uno que, aprovechando el pequeño barullo que se armó al prepararse los demás para subir al coche que les esperaba, logra burlar la atención general y, saltando un pequeño muro, huye a campo travieso en dirección a la casa de D. Arturo Molina, donde muchas veces había encontrado trabajo, y, temiendo vuelva a repetirse el intento de quemarle la casa ensayado ya unos meses antes, le entera de la gravedad de la situación.

El Sr. Molina no necesitaba más para comprender el peligro, e inmediatamente dispone la defensa del inmueble ayudado por un hijo suyo, por Candamio -así se llamaba el obrero noble y fiel- y otros dos hombres.

Colocan sacos terreros en las puertas y colchones en las ventanas, y se asigna a cada uno su papel: los hombres, que eran cinco, a la defensa; las mujeres -la señora de Molina y dos muchachas que no quisieron marcharse a pesar de ser invitadas a ello- a preparar y servir municiones.

Organizada ya la defensa, transcurre la tarde del día 22 en calma absoluta. Pasan y repasan con mucha frecuencia coches cargados de escopeteros, sin que se vislumbre ni la menor intención de molestar a los moradores de la casa; pero... llega la noche, y la cosa cambia completamente de aspecto. Los defensores se habían parapetado en las cercanías de la casa, y vigilantes estaban, cuando oyen el ruido que producen en su chocar con el suelo, unas piedrecitas lanzadas a modo de descubierta.

Ya estaban los asaltantes en acción, explorando el terreno, para cerciorarse de si el campo estaba libre, o si por el contrario había enemigo.

Lo había. De ello se convencieron al oír el estampido de sucesivas detonaciones, unas 25, producidas por otros tantos disparos que los defensores hicieron hacia el lugar de donde les pareció partieran las piedras exploradoras. En vista de ello, los revoltosos acabaron por retirarse a buscar sin duda nuevos refuerzos, que no se hicieron esperar.

A las tres de la tarde del día siguiente, 21 de julio, vuelven a presentarse cuando descansaban todos los defensores, menos Candamio, que estaba de centinela en una ventana, provisto de unos gemelos, un rifle y una corneta con que da la señal de alarma al descubrir la presencia de unos quinientos hombres armados que se aproximaban, al tiempo mismo casi que, cogiendo el rifle, encañona el grupo numeroso de asaltantes.

-No dispares, le dice Molina que llegaba en este momento acompañado de su hijo.

-"Arrancaron-ma escopeta -nos dice él cuando le interrogamos- si non... facía chicha".

Molina parlamenta con las turbas:

-¿Qué desean Vdes.?

-Que nos entregue las armas todas, incluso la ametralladora que tiene en casa.

-Yo no tengo más que dos escopetas que no entrego, porque las tengo para mi defensa. Efectivamente, ametralladoras no tenía.

-Pues entonces le cortaremos la cabeza y quemaremos la casa.

-¿Son amenazas? No sigan por ese camino, sino disparo.

Los asaltantes no quisieron oír más: todos ellos, como obedeciendo a una consigna, se parapetan aprovechando muros, árboles y todo lo que pueden, y empiezan a disparar desde todas partes.

Contestan los defensores con tiros de escopeta y pistola, pues el rifle se encasquillara al segundo disparo, y ya no pudo volver a ser utilizado. Querían impedir que los asaltantes se acercasen a la casa, para que sobre ella no hicieran blanco las numerosas bombas que tiraban; tan numerosas que, muy pronto, tuvieron que salir a buscar más dinamita, que siguieron lanzando contra la casa, en artefactos, algunos de los cuales tenía que ser manejado por dos individuos, ¡tal era su peso!

Siguió el duelo cada vez más enconado, hasta las cinco de la tarde en que, viendo el Sr. Molina que las municiones se agotaban, dispuso la evacuación de las mujeres, diciendo a la suya, que él saldría luego con dirección a Mera, desde donde pasaría a Coruña para ponerse al lado del Ejército.

Quince minutos después de haber salido las mujeres, cuya retirada protegieron los defensores, salieron éstos burlando la vigilancia de los atacantes, que descubrieron la retirada cuando ya los fugitivos estaban a más de dos kilómetros.

Al darse cuenta de que habían sido burlados, unos marchan con dirección a Mera, otros salen con dirección a Sada, pueblo de Candamio, mientras otros, los más y más aprovechados, entran en la casa donde roban, destrozan y queman finalmente todo lo que no pudieron robar ni destrozar.

Los que fueron a Mera, se encaminaron directamente a casa del médico, cuya amistad con Molina conocían, y después de un registro escrupuloso, se retiraron... dejando a Molina dentro. Metido estaba, y envuelto en paja, en un fayado de la casa.

Más afortunados los de Sada, cogieron a Candamio en su casa y lo llevaron al Ayuntamiento primero y después a la plaza pública, encañonado por numerosas pistolas, para rociarlo con gasolina y quemarlo vivo.

Lo hubieran hecho sin duda, sin la oportuna llegada de don José Pubul que, a codazos, pudo abrirse paso a través del círculo de fieras que rodeaban a Candamio, y, aprovechando el ascendiente que tenía sobre la masa obrera, se lo arranca de entre las garras y lo devuelve a su casa, escoltado por tres escopeteros, mientras él queda convenciendo calmando a la muchedumbre.

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Texto procedente de la obra del canónigo de la Catedral de Santiago de Compostela, Revdo. P. D. Manuel Silva Ferreiro, Galicia y el Movimiento Nacional: paginas históricas, 1938.

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