miércoles, 3 de marzo de 2010

Noya: actitudes obscuras; un capitán que se niega a declarar el Estado de Guerra; día de rumores.

Tan desorientado como estas fuerzas de carabineros, andaba también el Teniente de la Guardia Civil que no acababa de ver claro en la actitud del Capitán. ¿Podría contar él con los Carabineros en caso necesario? El Capitán le dijera que sí, pero de una manera tan fría e indecisa, que aquella afirmación podía muy bien significar una rotunda negativa.

Sospechamos que tampoco el Capitán conocía claramente la actitud del Teniente. Los marxistas desde luego no la conocían. Creían tener de su parte a la Guardia Civil, impresionados acaso por las frecuentes visitas que el Jefe de estas fuerzas hacía al Capitán y Tenientes de Carabineros, con los que, mirando tal vez a evitar un choque que hubiera sido sangriento por demás en aquellas circunstancias, no había perdido el contacto. ¡Muy pronto iban a saber todos, a que habían de atenerse respecto a los demás!

Al cuartel de la Guardia Civil acaba de llegar la noticia, comunicada por los jefes del Cuerpo, del contramovimiento iniciado por el Ejército, con la orden de que se declarase en Noya el Estado de Guerra. Esto competía en la villa al Capitán de Carabineros que ejercía mando, y a entrevistarse con él sale el Sr. Ruíz Rubio, acompañado del alcalde que va dispuesto a resignar el mando.

Intempestiva sería ciertamente la hora, tres de la madrugada, para hacer visitas, tratándose de tiempos normales; pero... en aquellas circunstancias, era de suponer que el Jefe de Carabineros estuviese vigilante y no tuviese por consiguiente que sufrir las molestias de verse despertado en lo mejor del sueño. No era así sin embargo. Mientras el pueblo estaba a merced de todas las salvajadas que quisieran cometer los rojos, él estaba tranquilamente acostado en su cama, en tanto que el uniforme, descuidadamente colgado en una percha, proyectaba en la habitación la sombra de un ajusticiado.

Así, indiferente en absoluto a la gravedad del momento, recibió a sus visitantes Teniente de la Guardia Civil y alcalde, que allí acudían, a comunicar las órdenes recibidas el uno, y a entregar el otro la alcaldía y mando de la Plaza.

-Antes he de ir a Coruña a consultar con mis Jefes -fueron las palabras con que el Capitán rechazaba hacerse cargo del mando y despedía a los que tan importunamente turbaran su sueño.

Sin embargo, al día siguiente, y ante nuevas reflexiones del Teniente de la Guardia Civil y del de Carabineros D. Adolfo Rodríguez, parece mudar de opinión y dice "sale inmediatamente camino del Ayuntamiento, con objeto de declarar el Estado de Guerra".

Al Ayuntamiento fue, cargo del mando se hizo también; pero no para declarar el Estado de Guerra, sino para, erigido en jefe de los marxistas, cumplir la voluntad de la Corporación y comité revolucionario, autorizando el corte de comunicaciones, y ordenando la incautación de todos los vehículos de tracción mecánica.

No habían transcurrido muchas horas desde que el Capitán asumiera las funciones de general en jefe, cuando en Noya y procedentes de Santiago, entran al mando del Alférez Rey, varios Guardias Civiles, cuya presencia no tarda en infundir vivas sospechas a dirigentes y dirigidos del campo rojo. Estos son los primeros en manifestar sus dudas y desconfianzas, presentándose en nutrido grupo ante el Cuartel de la Guardia Civil, con la pretensión de que el Teniente les dé por escrito la posición de su fuerza: "Si está con el Frente Popular, o con la Artillería de Santiago", (sic). El Teniente procura eludir una contestación categórica y concreta, y usando de un lenguaje ambiguo propio de las circunstancias en el que le ayuda el Alférez Rey, logra disuadir a los comisionados y despedirlos sin el testimonio escrito que solicitaban.

A partir de esta fecha, 23 de julio, aumentan las presiones sobre el Capitán de Carabineros a fin de que se declare el Estado de Guerra; pero... ¡todo inútil! Continúa en su negativa cerrada, y dice luchará hasta que le quede el último hombre, perdido el cual "me marcharé en un barquito a reunirme con gentes leales en donde las haya".

Este día 23, es de prueba para todos. Mientras en la Guardia Civil se dice insistentemente que la Casa-Cuartel va a ser asaltada de un momento a otro por los mineros, a los carabineros llegan constantes noticias de que dos baterías de Artillería vienen sobre Noya a toda marcha. El pueblo se hace eco de estos rumores, y la efervescencia es grande en todas partes.

No ocurre nada sin embargo: el día transcurre sin que ni al cuartel en donde la Guardia Civil permanece en actitud defensiva, se acercase nadie; ni la Artillería acusase tampoco su presencia por parte alguna. Avanzan sí en dirección a Noya unos cuantos civiles (diez o doce) al mando del Sargento Gamarra, que llevan una orden para el jefe de aquellas fuerzas en la Villa, y despiertan en el Capitán de Carabineros nuevas sospechas que parece vienen a justificar las que en su ánimo hiciera surgir la primera expedición llegada el día anterior y a la que antes nos hemos referido, sospechas que sin pérdida de tiempo intenta comprobar.

-¿Qué misión ha traído la Guardia Civil que acaba de entrar en el pueblo? -dice el Capitán al Teniente de la Benemérita que, acompañado del Sargento emisario y algunos guardias de escolta había acudido a la Alcaldía, llamado por aquel.

-Vino a traerme una orden de mis jefes, en la que se me dice que envíe fuerzas a Santiago.

-Esa orden no se cumple. De Noya no sale fuerza alguna. Mi gente y yo hemos tomado una decisión en la que nos jugamos la cabeza, y no vamos a consentir que con la marcha de estas fuerzas a Santiago, aumente la potencia combativa de aquella guarnición; ya que nosotros, restándole elementos a Santiago, podremos resistir en Noya si nos atacan fuerzas iguales a las nuestras.

-Si Vd. se juega la cabeza, repone el Teniente, yo me juego la cabeza y el corazón; pero las fuerzas saldrán de Noya protegidas por mí.

Esta entrevista a la que asistía también el Sargento Gamarra, se prolongó sin duda demasiado; tanto, que los Guardias que fuera esperaban el regreso de su Teniente, sospechando que algo anormal estaba pasando en el despacho de la Alcaldía, comunicaron sus temores al Cuartel diciendo al Alférez Rey, "que el Teniente y el Sargento Gamarra estaban detenidos en el Ayuntamiento".

Sale el Alférez inmediatamente llevando consigo ocho o diez Guardias, a quienes ordena que permanezcan a la puerta de la Casa Consistorial, con la consigna de que invadan el local tan pronto como oigan el primer disparo. Cruza él por entre la multitud que ocupaba la entrada, escaleras y pasillos; llega al primer piso y llama a la puerta (la primera de la izquierda); pasa algún tiempo y, en vista de que la puerta no se abría ni de dentro contestaba nadie, empuña Rey la pistola, y dando a la puerta un fuerte puntapié, entra violentamente a la habitación donde estaba el Capitán, Tenientes de Carabineros, Teniente de la Guardia Civil y Gamarra, comandante del puesto de Santa Comba.

El Capitán, ante la brusca aparición del Alférez, se levanta indignado, y encarándose con él le dice en tono imperativo: -Modifique usted inmediatamente su actitud. Pero... el Alférez no oye; solo tiene ojos para mirar al Sargento Gamarra a quien encuentra sentado en actitud de gran preocupación y tristeza.

-¿Qué es esto Gamarra? ¿Qué le pasa?
-Estoy detenido por faccioso.
-Bueno; -continúa el Alférez dirigiéndose al Capitán: -Esto se acabó, yo me vuelvo ahora mismo a Santiago con las fuerzas que he traído, más el Sargento Apolinar aquí presente.

Por fin, el Capitán que conocía la actitud del Teniente y veía ahora la del Alférez, juzgando no sin razón que esa sería también la de toda la fuerza de la Guardia Civil, cede al imperio de las circunstancias y, tras arengar al pueblo para que dejase salir tranquilamente a los Guardias, salen estos con dirección a Santiago, llevando exacto conocimiento del estado revolucionario de la Villa, situación y número de la fuerza armada, número aproximado de marxistas, y elementos combativos de los mismos.

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Texto procedente de la obra del canónigo de la Catedral de Santiago de Compostela, Revdo. P. D. Manuel Silva Ferreiro, Galicia y el Movimiento Nacional: paginas históricas, 1938.

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