lunes, 1 de marzo de 2010

Noya: estado social, concentración obrerista, preludios de revuelta.

Noya fue sin duda, dentro de la provincia y fuera de la capital, el pueblo en donde los sucesos tuvieron mayor importancia y revistieron gravedad inminente, debido a dos circunstancias que, separadas ofrecían un serio peligro, y juntas ocasionaban un peligro gravísimo: La proximidad de las minas de San Finx, y la actitud levantisca y revolucionaria de una porción considerable de los carabineros allí concentrados.

Noya pueblo y Noya Ayuntamiento eran en su mayor parte de Calvo Sotelo, existiendo sólo un pequeño grupo de izquierdistas que nunca nada significaron en las urnas ni tampoco en la calle, hasta los últimos tiempos en que, validos del apoyo oficial y aprovechando la cómoda postura de "dejar hacer" adoptada por el contrario, se adueñaron de ella, y en ella aparecían como los más fuertes.

En las elecciones de febrero triunfan las derechas en toda la línea, habiendo sólo un colegio, el de "los Abysinios", en donde las izquierdas se anotaron mayoría.

Después de estas elecciones formóse el partido de Izquierda Republicana que prometía ser numeroso pues nacía con 200 asociados, pero muy pronto, antes de llegar a la mayor edad, fue totalmente absorbido por la C. N. T. de Lousame y Noya, que al advenir el movimiento era en la comarca la única que gritar podía en la vía pública, como lo había demostrado ya dos meses antes al presentarse en Noya, avisada por dos concejales, con objeto parece de vengar el castigo que a unos vecinos del Coto, arrabal de Noya, propinaran cuatro fascistas que, venidos no se sabe de donde, habían intentado poner en libertad a unos compañeros detenidos en la cárcel del partido.

Ocho ayuntamientos volcaron sobre la villa de Noya el día 3 de mayo, más de 1.400 obreros, provistos de palos y armas cortas de fuego, no faltando tampoco la dinamita preparada con detonador y mecha, que llevaban en abundancia los mineros de San Finx, junto con numerosos candiles mineros convertidos en bombas.

Mandaba esta expedición el conocido revolucionario anarquista y significado pistolero Claro José Sendón, expulsado de varias naciones por indeseable, y a él obedecían todos, siguiendo una táctica preconcebida y predeterminada, que revelaba una organización muy parecida a la de los mineros asturianos.

Parece traían intenciones de quemar conventos e iglesias, asaltar las casas de banca y la del jefe de derechas, destruir y quemar la cárcel con los elementos fascistas en ella detenidos, y asaltar y destruir el local de la Juventud Católica que, a fin de cuentas, fue lo único que realizaron, acaso porque los que les habían llamado, se dieron con ello por satisfechos.

Durante el regreso a sus bases, corrieron la pólvora de lo lindo. No se resignaban a volver a sus casas sin quemar parte al menos de la que trajeron, e hicieron gran número de disparos (algunos con pistola ametralladora) quemando además varias bombas que, como no las utilizaran en Noya, las hicieron explotar en el camino sembrando la alarma por donde pasaban.

Estos hechos fueron previsoramente puestos en conocimiento de la superioridad por el Teniente de la Guardia Civil, D. Perefecto L. Ruíz Rubio el día 16 del mismo mes de mayo, en oficio en que solicitaba autorización para, al tener noticia de cualquier movimiento de índole parecida, concentrar en Noya hasta el número de 150 hombres, y pedía se le enviasen ametralladoras y bombas de mano, "único modo -decía- de hacer frente a esta gente, y evitar con ello se repita en Noya lo que ocurrió en numerosos puestos de Asturias que, faltos de personal y elementos combativos, sucumbieron víctimas de muchedumbres desenfrenadas que lo tenían todo".

Solicitaba también, con esta misma fecha, fuese urgentemente aumentado el puesto de Noya en quince hombres, por estar situado en cuenca minera, por seguir al de Lousame en esta clase de movimientos otros veintitantos sindicatos, y por existir ordinariamente en las minas grandes cantidades de dinamita.

Suponemos muy fundadamente que ninguna de estas peticiones fueron atendidas (no les convenía a los Gobiernos del F. P.) y sabemos positivamente que el día 18 de julio no había en Noya más que cinco guardias al mando del Teniente de la Guardia Civil, número que, naturalmente, había de aumentar a los dos días, con la concentración de algunos puestos.

En la noche del 18, como si ya de antemano se hubieran dado cita, concurren a la Villa muchos individuos cuya actitud se revela sospechosa ya en los primeros momentos. Obsérvase movimiento extraordinario de elementos marxistas que, en grupos más o menos numerosos, cruzan el pueblo en todas direcciones después de abandonar la taberna del vecino Manuel Mato, para volver luego a la misma, testigo de múltiples reuniones aquella noche.

El alcalde y varios concejales han salido del pueblo, con objeto de reclutar gente en las minas de Lousame y parroquias inmediatas a Noya. ¡Había que atender a la defensa de la Villa y auxiliar además a los marxistas de la capital!

De dos a tres de la mañana queman la capilla de San Bernardo, entregando a las llamas incluso las campanas. No querían testigos de vista y por eso, antes, espiantaron al guardia de arbitrios Francisco Millares, arrojándole dentro de la caseta situada frente a la capilla, unos pistones o petardos que surtieron el efecto deseado, pues el Millares huyó como alma que lleva el Diablo, llegando asustadísimo sin gorra y sin aliento casi, a la puerta del Ayuntamiento, hacia donde, consumado el incendio sacrílego, bajaban también en procesión burlesca y sarcástica, tres de los incendiarios, vistiendo el de en medio estola y casulla, y alumbrando con velas los dos de los lados, uno de los cuales llevaba además una alba atada por las mangas a la cintura, objetos todos robados en la Capilla de San Bernardo.

A las cuatro de la mañana, amaneciendo ya el domingo, el vecindario es despertado por fuertes detonaciones: Son potentes bombas de dinamita que hacen explosión en la Iglesia de San Martín, domicilio del médico Sr. Cadarso, convento de Trinitarias y convento de San Francisco, causando daños de menor importancia, pero indicando bien a las claras que la revuelta había empezado.

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Texto procedente de la obra del canónigo de la Catedral de Santiago de Compostela, Revdo. P. D. Manuel Silva Ferreiro, Galicia y el Movimiento Nacional: paginas históricas, 1938.

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