sábado, 1 de mayo de 2010

Monforte: antecedentes; estado social.

También en Monforte, como en otros muchos pueblos de la provincia de Lugo, tuvieron representantes y satélites los revolucionarios del año 34, que habían de ser, dos años más tarde, los supremos dirigentes de una desgraciada aventura, abortada en su nacimiento mismo, por la oportuna intervención de los buenos patriotas.

Mucho pudieran contarnos, si hablasen, las cuatro paredes de aquella casa en donde los conjurados del 34 se reunieron para, a altas horas de la noche y cuando los pacíficos monfortinos se entregaban al descanso, preparar ellos su plan revolucionario, y fabricar las innumerables bombas que, de triunfar el movimiento en Asturias, habrían de llevar a Monforte la destrucción y la muerte. No pudieron entonces ver satisfechos sus maquiavélicos deseos; pero no por eso desmayaron en sus propósitos. Siguieron trabajando en la obra de nutrir y engrosar cada vez más los cuadros de sus huestes, aprovechando las ocasiones todas de exhibirlas, ya en correcta formación militar, ya en abigarrada y tumultuosa manifestación, como sucedió el día en que, al líder monfortino Juan Tizón Herreros, amnistiado de Octubre, le fueron abiertas las puertas de la cárcel, para caer en los amorosos brazos de sus correligionarios, y ser paseado en hombros por las calles del pueblo entre gritos y aplausos de la levantisca muchedumbre.

Desde entonces se sucedieron con mayor intensidad los trabajos preparatorios del cien veces anunciado movimiento comunista de España.

En mayo del 36, la casa aquella a que antes nos hemos referido, vuelve a ser antro de ocultas maquinaciones y tenebrosos propósitos. Alguien, jugándose la vida propia por salvar la de los demás, puede sorprender en ella diversas reuniones y observar, tendido a lo largo de una viga de la techumbre, como proyectaban los reunidos volar el Ayuntamiento y hacer un minucioso registro en conventos e iglesias, para, con el pretexto de ver si allí encontraban armas, beneficiarse todo lo posible con los resultados del registro.

Por aquellas reuniones sabemos, que ya en el 34, tenían los elementos revolucionarios de Monforte armamento en abundancia, pues, terminadas las liberaciones, hacían con frecuencia el recuento de armas, y cargaban grandes cajas de municiones que fueron a parar, una a Escairón, y otras... aún hoy no se sabe a donde.

A partir de esta fecha, mayo del 36, crece de modo alarmante la agitación obrerista en Monforte y su zona, manifestada en diversos actos de alardes y violencias.

Las milicias organizadas en la población, no se recatan ya de hacer instrucción públicamente, y lucir por las calles en frecuentes desfiles la clásica camisa roja; hace su aparición la guardia roja armada, encargada de los registros; aparece sobre la Iglesia de Rivasaltas la bandera comunista y allí ondea por espacio de 15 días sin que nadie se atreva a arriarla, hasta que, por orden del Gobernador, es retirada por la Guardia Civil que detiene a los autores y los conduce al Cuartel de Monforte. Acompaña a estos una muchedumbre numerosa, que a las puertas del Cuartel permanece estacionada y en actitud levantisca, hasta que un toque de atención la disuelve, no sin antes haber proferido gritos e insultos contra el alcalde a quien llaman traidor, por no haber salido a su defensa.

Unos días antes del movimiento de julio, dos concejales, capitaneando a un grupo, asaltan el Casino, tiran los muebles por el balcón, e intentan asaltar también la casa de un significado derechista, no consiguiéndolo porque en la casa aquella había hombres.

Se suceden los registros domiciliarios a altas horas de la noche; los elementos de orden viven en continua zozobra y en constante peligro; encarcelan a unos, multan a otros y los más, se ven obligados a huir ante las frecuentes amenazas. No satisfechos con esto, experimentan también el asesinato, y, traidoramente, le hacen tres disparos de pistola a un pobre infeliz, a quien dejan en estado gravísimo.

¡Caso raro!: en Monforte apenas si se conocían las huelgas. Y no se conocían porque Tizón, jefe supremo de las masas, no las quería. Era alcalde, y no le convenían conflictos de este género; aparte de que para mantener en pie de guerra a su gente, tenía como hemos visto, otros procedimientos menos humanos, pero más eficaces. Quiso sin embargo, aleccionado por el Octubre del 34, reprimir la agitación de los suyos cuando ésta marchaba a pasos agigantados camino del frenesí y de la locura revolucionaria; pero con el único y exclusivo objeto de que las cosas no se precipitasen, como se precipitaron, y poder así ganar tiempo para, con calma, preparar un movimiento serio a cubierto de cualquier fracaso.

Por lo que antecede, se ve claramente el estado de descomposición y desorden a que había llegado Monforte (pueblo), en julio del 36. El 80 por cien de la población militaba de modo más o menos activo en el frente de izquierdas, en el que entraban los socialistas con un 60, Izquierda Republicana con un 15 y la Confederación Nacional del Trabajo con un cinco por cien.

En cuanto a la población rural, reflejaba por decirlo así los caracteres más o menos modificados de la ciudad.

La parroquia de Rivasaltas, sector ferroviario con unos 1.000 habitantes, era feudo de los comunistas; Penela y algunas otras, daban a los socialistas, de 20 a 30 afiliados; en Villamarín, el pueblo de la Peciña era casi todo él socialista; Chavaga, tributaba también, aunque en corto número, al socialismo; Reigada, daba a éste la mitad o más de sus habitantes, y en las demás parroquias del contorno, las izquierdas no encontrarían partidarios más allá de un quince por cien.

Tal era la situación de Monforte y su zona cuando surgió el Movimiento Patriótico que, con lágrimas y sangre, había de purificar el suelo de la Patria y que, en Monforte, se desenvolvió en medio de una casi absoluta tranquilidad.

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Texto procedente de la obra del canónigo de la Catedral de Santiago de Compostela, Revdo. P. D. Manuel Silva Ferreiro, Galicia y el Movimiento Nacional: paginas históricas, 1938.

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