jueves, 27 de mayo de 2010

¡Orense por España!

El 18 de julio llegan a Orense las primeras noticias del glorioso alzamiento de las fuerzas de África, al mando del General Franco.

Rápidamente se acuartelan las tropas, y en sus cuarteles permanecen esperando órdenes de la División, que habían de ser transmitidas por el Estado Mayor.

El Gobernador D. Gonzalo Martín March -que, con las fuerzas de que disponía, venía haciendo desde días antes objeto de especial vigilancia a los Oficiales de la guarnición- al saber que las tropas estaban acuarteladas, ordena que, en caso de tener que abandonar la emisora de radio local, se la inutilice; manda a los carabineros de la Gudiña que corten las comunicaciones y armen al pueblo; se incauta de las armerías; ordena al Comisario de Vigilancia que las armas recogidas a las personas de orden sean repartidas entre los obreros, y se pone en comunicación con la Guardia civil, exigiendo la entrega inmediata del armamento que tenía ésta en depósito.

-De ningún modo -dice el Comandante Ceano al Teniente de la Benemérita que, al comunicarle la orden del Gobernador le pedía instrucciones-: ¡No entregue usted las armas! ¡En el momento que eso sucediese, nosotros saldríamos a la calle!

En la mañana del domingo 19, aun cuando se conocía en el cuartel la adhesión de la Guardia civil, Guardia de Asalto y Seguridad por los informes de los agentes que entre aquellas fuerzas tenía el Comandante Ceano (1), se comisionó no obstante al Comandante Casar, para que, en unión de los Capitanes de la Caja de Recluta, estableciese contacto directo con ellas y las de Carabineros; misión que quedó despachada en la tarde de aquel mismo día, y establecida, por consiguiente, la debida trabazón entre el Ejército y las demás fuerzas armadas de la plaza.

La noche del domingo al lunes transcurre en medio de una gran impaciencia en los cuarteles, y de una formidable agitación por parte de los dirigentes y masas del Frente Popular (2).

Antes ya de amanecer el día 20, hacia las tres de la madrugada, y en cumplimiento de órdenes y compromisos anteriores, comenzaron a llegar al Cuartel requetés y falangistas hasta el número de doscientos, llevando todos a flor de labio la misma pregunta:

-¿Qué hacemos?
-Nada -díceles el Comandante Ceano-. ¡Esperen! ¡No urge!

No urgía, efectivamente. De Coruña no habían comunicado todavía la orden de declarar el Estado de Guerra; en el Batallón había sólo 170 hombres, pero se les veía animados de un gran espíritu capaz de cortar, en su nacimiento, cualquier intentona de las masas comunistas; estas, por otra parte, no habían cometido en la ciudad desmanes que exigieran una inmediata represión... Justa y razonable era por tanto la respuesta de Ceano a la juvenil impaciencia de Falange y Requetés: "¡Esperen! ¡No urge!"

A las ocho de la mañana del día 20, el el Gobernador llama al cuartel y pide hablar con el Jefe del Batallón.

-Al habla el Comandante Ceano.
-Aquí el Gobernador Civil. Le llamaba para preguntarle, que es lo que haría Vd. si recibiese órdenes de declarar el Estado de Guerra.
-Yo -(contesta Ceano evasivamente) he cumplido siempre con las órdenes que recibí de mis jefes.
-No, no; en concreto. Yo necesito saber que actitud adoptaría Vd. en estas circunstancias.
-¡Pregunta Vd. unas cosas por teléfono!...
-Es que..., le advierto que yo tengo al pueblo conmigo, y quiero evitar un día de luto.
-¡Muy bien! eso queremos todos. Yo... nada puedo decirle de si me sublevo o no me sublevo: lo que si puedo asegurarle es que, si Vd. me responde de que el pueblo no hará nada, yo respondo también de que la tropa no saldrá.

No satisfizo al Gobernador esta contestación de Ceano, y le mandó como emisario al Comandante de Carabineros D. Federico Ayala Victoria que, ciertamente, parecía no transigir con el color amarillo de la bandera española, que quería ver sustituido por el otro.

-A ti -díjole Ceano cuando lo tuvo en su presencia- voy a hablarte con toda claridad. Al Gobernador le he dicho... ¡Ya tú sabes lo que le he dicho! Pues bien; todo eso es con la condición de que él resigne el mando en la autoridad militar. Si se aviene a esto, muy bien; sino...

-El Gobernador dice que él tiene dinamita suficiente, para que con ella pueda el pueblo defender los derechos conquistados el 16 de febrero.

-¿Sí?... ¿Ves esto? -dícele Ceano mostrándole los cañones-. Di al Gobernador, que al primer petardazo que se oiga en la población, mandaré disparar sobre el Gobierno Civil. Ahora, vienes conmigo para que oigas al Comandante militar.

Fueron al Comandante militar que estaba de perfecto acuerdo con Jefes y Oficiales de la Guarnición, y con él se trasladaron luego al cuartel de la Guardia Civil, "para allí -dice el Teniente Coronel Soto- reunidos los Jefes de las distintas fuerzas, tomar los acuerdos convenientes".

Poco tiempo llevaba de conferencia el Comandante Militar, Teniente Coronel Soto, con el Jefe del Batallón Sr. Ceano y con los de la Benemérita, Asalto y Carabineros (3), cuando le llamaron de la División para decirle, rápida y lacónicamente cual si fuera una consigna: -Amigo Soto: ¡llegó la hora!

A partir de este momento, inician los Españoles de Orense una actividad extraordinaria que, en pocas horas, había de echar por tierra las esperanzas y propósitos de los orensanos de Rusia.

El Teniente Coronel Soto dice por teléfono al Comandante Casar, juez militar de la Plaza, que con los Capitanes Reigada Verdía y Rodríguez Rey, le esperase en la Comandancia, "para donde salgo yo inmediatamente".

Casar llama al cuartel ordenando que salgan para la Comandancia los Capitanes aludidos (4); pero, antes de que estos llegaran, entró a su despacho el Oficial Veterinario D. Federico Pérez Iglesias, diciéndole que, en aquel momento, el Teniente de Seguridad Sr. Barro, había ordenado a las fuerzas de la Guardia Civil, Asalto y Seguridad que prestaban servicio en el Gobierno, cerrasen las puertas de la calle, y se aprestasen a defender el edificio a toda costa.

El Comandante entonces, rápido como una exhalación, empuña la pistola y, esgrimiéndola a modo de defensa y amenaza a la vez, sale a los pasillos de la Diputación seguido por Pérez Iglesias y tres ordenanzas leales.

Bien pronto se da cuenta de que el edifico está tomado por Guardia del Gobierno. Escaleras y pasillos aparecían completamente ocupados por fuerzas que tenían montados sus fusiles. Se encara con ellas Casar, y les suelta una arenga de tonos vibrantes y patrióticos, diciéndoles entre otras cosas:

-No es posible que vosotros tratéis de hacer armas contra el Ejército. Yo os invito a que os unáis todos a mí, gritando: ¡Viva España!

Este grito que hacía mucho tiempo no había resonado bajo los techos del Gobierno Civil, conmovió profundamente el alma de aquellos veteranos, que lo contestaron con el mayor entusiasmo, al tiempo mismo que se ponían a las órdenes del Comandante Casar.

En aquel momento, atraídos tal vez por el eco de aquel grito de resurrección gloriosa, aparecieron en los pasillos, armados de pistolas, el Gobernador, su secretario particular, el Teniente de Seguridad D. Aníbal Lamas y Eduardo París. Todos ellos, al ver que la Guardia Civil, Asalto y Seguridad se unían a Casar, giran rápidamente sobre sus talones y se refugian en el despacho del Gobernador.

Al mismo tiempo se desbandaban, buscando salida cada uno por donde podía, los 50 comunistas, fuerzas armadas que la revolución tenía en el piso bajo del edificio.

(1) Ya desde el mes de enero venían estos agentes estudiando la actitud de aquellas fuerzas para conocer su manera de sentir, que, dicho sea de paso, era francamente buena.

(2) Reunión permanente en el Gobierno Civil en donde se facilitaban armas, y un ininterrumpido ir y venir de grupos y patrullas armadas, ante el Gobierno Civil y el local de Izquierda Republicana.

(3) Conferencia en que todos estuvieron de acuerdo excepto el Comandante de Carabineros.

(4) Casar, llegado en la mañana del día 20 a las oficinas del Juzgado establecidas en el edificio de la Comandancia y Gobierno Civil, después de cambiar impresiones con el secretario del Comandante Militar Teniente Franqueira, y con los Capitanes de la Caja de Reclutas, había mandado a Reigada y Verdía al cuartel, y al Capitán Rodríguez Rey a su casa, para que se armasen.

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Texto procedente de la obra del canónigo de la Catedral de Santiago de Compostela, Revdo. P. D. Manuel Silva Ferreiro, Galicia y el Movimiento Nacional: paginas históricas, 1938.

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