miércoles, 23 de junio de 2010

Se declara en Marín el Estado de Guerra

A los hechos narrados, siguió el natural cambio de impresiones entre el Comandante, Jefes y Oficiales del Polígono.

Cuenta el Comandante lo que pasa con la guarnición de Pontevedra, y no se recata la fogosa oficialidad de Marín en manifestar su pensamiento, contrario a prolongar una espera que las circunstancias reprueban, y que puede resultar suicida.

No falta entre los reunidos quien sugiera al Comandante -en vista de las confidencias que aseguraban estar llegando al Ayuntamiento camiones de gente armada- la idea de salir a la calle, prescindiendo de lo que pudiese hacer la guarnición de la capital.

Esta proposición (que partiera del Segundo D. Pedro Fontenla, y que fue, puede decirse que unánimemente compartida por la oficialidad), era la que al fin había de prosperar.

Hacia las tres de la tarde, este cambio de impresiones a que venimos refiriéndonos, fue violentamente cortado por el seco estampido de una detonación, que llegó procedente, al parecer, de la parte alta de la carretera de Cangas-Pontevedra, inmediata al Polígono. De éste salieron, en aquella dirección, ocho hombres primero y luego una sección de 36, que cortaron la marcha a dos camiones y un coche ligero que iba en dirección a Pontevedra cargado de escopeteros, que desde aquel momento dejaron de serlo, a no ser que puedan también llevar este nombre los que, privados de la escopeta, tienen que armarse de paciencia.

Contra la detención y desarme de las flamantes (1) milicias marxistas de Cangas y Bueu, reclamó bien pronto el Gobernador de Pontevedra, que telefónicamente, ordenó al Polígono, "devolviesen las armas recogidas".

-Mañana las devolveremos Sr. Gobernador: -le contestaron.

-¿Con qué derecho han desarmado ustedes a esa gente?

-También mañana veremos eso.

Y... no fue necesario esperar a mañana. Aquel mismo día (y a las pocas horas, seis de la tarde) pudo saber el Gobernador que las fuerzas del Polígono estaban en la calle, proclamando el Estado de Guerra en Marín y sus contornos.

No debía esperarlo el Gobernador y sin duda se resistía a creerlo, pues, a poco de salir los bravos marinos y, en el momento preciso en que Bastarreche -con su gente y un patriótico y vibrante discurso- se ganaba la voluntad de una gran parte de los revolucionarios de la villa, llamaba aquel al Polígono y decía al Segundo D. Pedro Fontenla que saliera al teléfono:

-Les llamo para comunicarles las últimas noticias del Movimiento: Sevilla se rindió y Carabanchel también. El movimiento está sofocado en todas partes. Y, a renglón seguido: -Acabo de enterarme de que ustedes van a declarar el Estado de Guerra (2).

-No señor; no hay tal cosa. Le han informado mal. Se ha declara ya y continúa declarándose en estos momentos.

-¡Ah! ¿Sí?

-Sí.

Poco después vuelve a sonar el teléfono, y era esta vez la Comandancia militar de Pontevedra quien pedía comunicación, para rogar al Jefe del Polígono enviase cuanto antes un hidro a Pontevedra, a fin de que protegiese a las fuerzas que iban a salir a la calle.

El hidro -que ya estaba preparado, pues a petición de la Comandancia de la Guardia Civil, como en su lugar hemos visto, acababa de realizar un vuelo sobre Pontevedra para arrojar unas proclamas tiradas en una imprentilla del Polígono, como había hecho ya en Marín- salió de nuevo para la capital con órdenes expresas de bombardear el Gobierno civil y el Ayuntamiento, si los revoltosos no se sometían.

No fue necesario esto. La sola presencia del aparato bastó para dispersar a gran parte de los elementos marxistas, y aquel vuelve a su base, no sin haber hecho antes fuego de ametralladora para abrir paso a la fuerza embotellada casi en las cercanías del cuartel, por un enemigo infinitamente superior en número.

De lo expuesto claramente se desprende, que el Polígono de Marín, aún cuando no había perdido el contacto con los elementos que más empujaban en Pontevedra para que las tropas saliesen de sus cuarteles (3), no sabía, a la hora de proclamar el Estado de Guerra, la actitud definitiva que adoptarían las tropas de la capital.

Esto, unido a que las noticias respecto a las demás guarniciones de Galicia, excepto de Vigo (4), o no existían o eran sumamente confusas, nos da una idea aunque pequeña, del valor, arrojo y heroísmo de jefes, oficiales y dotación de la Base; idea que se agranda, si tenemos en cuenta lo reducido de aquella guarnición compuesta de unos 50 auxiliares y 300 marineros, número insignificante (del que aún había que restar algunos dudosos) para afrontar aquellas circunstancias y otras posibles contingencias.

No podían confiar tampoco nuestros heroicos marinos en la suficiencia de sus máquinas de guerra. Aparte de algunos cañones, ¿qué había en Marín en la hora solemne de aquel 20 de julio de 1936?

¡Muy poca cosa!: cinco hidros (5); el torpedero núm. 9 mandado por D. Juan León, Teniente de navío, que hubo de redoblar la vigilancia en su barco (6); dos barcos de vigilancia, "Bañobre" y "Castelló", mandados por contramaestres que en aquellos momentos daban señales, no precisamente de valentía, sino más bien de no saber a que carta quedarse, y el "Ferrolano", remolcador del Polígono.

Estos eran los elementos con que Bastarreche y sus oficiales contaban en Marín cuando dieron el primer grito de ¡Viva España! y ¡Viva Franco!, grito con que electrizaron a sus subordinados, y despertaron al pueblo del marasmo en que le habían sumido las terroríficas amenazas de los marxistas.

(1) Pudiéramos también llamarlas marciales... por la cara de mes de marzo que pusieron, al verse interrumpidas en su marcha triunfal.

(2) Al Gobernador le habían dicho que los marinos salieran ya a la calle, pero... ¡de alguna manera había de preguntar si esto era verdad!

(3) Capitán de la G. C. D. Manuel Bernal, Capitán de Artillería don Eduardo Rodríguez; Teniente de Asalto Sr. Vázquez y otros.

(4) Sabían que en Vigo se había declarado ya el Estado de Guerra.

(5) Uno de ellos con las alas separadas; pero fácilmente acondicionable para ser utilizado.

(6) Necesitaba hacerlo, pues no toda la tripulación era de confianza.

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Texto procedente de la obra del canónigo de la Catedral de Santiago de Compostela, Revdo. P. D. Manuel Silva Ferreiro, Galicia y el Movimiento Nacional: paginas históricas, 1938.

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